Conocidos.Por Sergio Sebastián Mallea.
CAPITULO I
¿Acaso no sabes quien vive ahí? Me decían algunos conocidos míos cuando les contaba a donde iba a vivir cuando cumpliera 23 años de edad. Jamás podía decir nada al respecto porque nadie me ha contestado esa pregunta.
Ayer cumplí 23 años. Ahora me encuentro en mi pequeño cuartito que acabo de alquilar, pequeño pero no incómodo, ya que tengo todo al alcance de la mano, la cocina, el comedor, mi habitación, todo menos el baño que esta afuera y debo compartirlo con el habitante del cuarto de al lado. Estoy hablando de un departamento, que sin saber como ubicarlo en el mapa todavía, puedo decir que su ubicación es a la vuelta de la “gran” Luro. Sí, porque en Laferrere hay departamentos, aunque usted no lo crea, y en muy buen estado porque la mayoría son nuevos inmuebles. No como en Capital que son del año de Cristo y muchos están por caerse.
Debo declarar que tengo el sueño muy pesado, y que dormir no me cuesta nada. A la primera mañana de levantarme me dirijo al baño, como lo hacía de costumbre en mi antigua casa, y en estado somnoliento, estado que me duraba un buen rato, quizás una hora. A eso se le suma mi problema de visión que a causa de tener anteojos nuevos no los podía usar en las mañanas, creando en mí un poder de visión nulo, pero que me alcanzaba para lavarme después de levantarme…
Fue en esa primera mañana cuando, en el baño, sentado en el inodoro, comienzo a sentir un olor fuerte, que no provenía de mis interiores, era diferente. De repente tocan la puerta. TOC TOC TOC:
-¡Ocupado!-dije.
Al sentir que seguían esos golpes tuve que repetir la frase, esta vez más fuerte.
-¡¡¡OCUPADO!!!
Los golpes seguían pero cada vez más suaves. Tuvieron que pasar unos segundos hasta que me di cuenta de que esos golpes eran productos de un eco producido por el lugar. Un eco casi aterrador. Pálido tenía el rostro, tan solo por el eco.
CAPITULO II
Debe ser mi vecino, con el cual comparto el baño.
-Bueno es hora de salir- me dije a mi mismo.
Pero yo sin mis lentes no lo voy a poder reconocer, para luego saludarlo cuando me lo encuentre por ahí. Tendré entonces que salir mirando hacia abajo simulado un estado casi de “zombi”.
Abrí la puerta, aquel olor se acentuaba cada vez más, me picaba la nariz pero hice un esfuerzo por no estornudar.
-Buenos días- dije haciéndome, sin esfuerzos, el dormido.
Sin embargo no recibí respuesta alguna. Pero eso no me importó al ver que en el lugar donde tendrían que estar las piernas del señor veo algo, que se podría decir piernas, pero de doble tamaño. ¡De un color rojo! Con mi poca visión matutina no puedo decir lo que había visto con preciso detalle pero si el color de su cuerpo, que era rojo como sus piernas, y su tamaño… ¡Era el doble del mío!
¿Era aquella persona, o me atrevería a decir animal, el habitante de que todos mis conocidos hablaban? Seguramente que si. También es seguro que nuestro próximo encuentro será mañana a la mañana. Esta vez haré un esfuerzo y llevare mis lentes.
Ya es la mañana siguiente. Me encuentro en el baño, con un gran esfuerzo me levante temprano, y ocupé el baño posiblemente antes que él. Respecto a mi sueño, es mucho, no pude pegar un ojo. De todas formas me siento de a ratos despabilado, mis lentes fueron como una especie de estimulo, no me molestan en lo más mínimo. Quizás al no darle importancia a mis ojos, estos ven mejor. Hasta podría jurar que sin los anteojos, mi vista se había mejorado un poco.
CAPITULO III
TOC TOC TOC, volví a sentir, igual que ayer. Esta vez respondí:
-Ya va.
Me dispongo a salir, ya que nada estaba haciendo en ese baño, tan solo esperando, posiblemente, al ser más raro que vaya a ver en toda mi vida. Abro la puerta y mis ojos suben la vista lentamente.
Principalmente no pude mirarle la cara, solo vi su cabello que era poco, pero de su cabeza salían dos extremidades, parecidas a dos cuernos. Su cara era roja, roja como el fuego. Su cuerpo, que también era rojo, un rojo más pálido, efectivamente era el doble que el mío. Sus piernas, más bien parecían patas, patas de caballo. No poseía pies, algo poco raro al ver que tampoco piernas tenía. ¡Eran completamente patas de caballo!, pero de un grosos parecidas a la de un hipopótamo. Fue lo primero que se me ocurrió.
-¿Cansado de esperar?- me dijo aquel ser extraño. Mirándome con unos ojos amarillos. No atiné a responderle.
CAPITULO IV
-Me presento- me dijo -, soy el diablo, pero me podés decir “Coco” si querés.
-¿Coco?- le pregunté.
-Sí, Coco fue un apodo que me puse, porque la gente que me conoce no le gusta la palabra “diablo”, aunque esa palabra sea mi nombre. Igual es poca la gente que me conoce bien. No tengo muchos amigos, solo compañeros de trabajo.
-¿Pero vos que haces acá?
-Lo mismo que vos supongo, quiero ir al baño.
Tan solo atiné a correrme y lo deje pasar. Pero no me pude mover de ahí.
Cuando sale del baño me dice:
-¿Querés pasar de nuevo?
-¿Eh? No, gracias.
Luego dice:- ¿Con quien es el honor que tengo al hablar?
Entonces le digo mi nombre:- Facundo, señor.
-¡Facundo!, vos y yo vamos a ser grandes amigos.
Mi vida no fue complicada, nací y me morí siendo Facundo. Jamás molesté a nadie y jamás, por suerte, nadie me molestó. Trabajé toda mi vida en una empresa de colchones, sin ascender ni descender de puesto. Viví siempre en ese departamento. Podría haberlo tenido todo: plata, amigos, fama, mujeres, etc. Pero con lo que tenía me alcanzaba. Aquel amigo nunca me faltó para charlar y tomar mates. Hace tres semanas terminó mi vida, no puedo quejarme, noventa y cinco años no son pocos. Pero mi vida, si es que se puede llamar vida, sigue.
De vez en cuando veo a aquel amigo, claro, tiene mucho trabajo, más en esta época. Charlamos, tomamos mate y nos reímos del pasado.
FIN