EL ILUSTRADORMi trabajo no fue complicado. Aunque muchos colegas me comentaban acerca de las dificultades laborales que a ellos les traía este oficio. Claro, todo trabajo tiene cosas buenas y malas. Este caso no era la excepción a aquella regla. Pero yo en lo particular, nunca tuve problemas. La mayoría de colegas que conocía, de los cuales eran ellos los que no conocían por completo mi trabajo, me contaban que en sus casos las personas, o sea sus clientes, se les movían mucho. Se les era difícil dibujarlos a veces, por aquel tedioso motivo.
Debo admitir que se me hacía muy difícil buscar amigos en esta labor, ni siquiera compañeros era fácil de encontrar. Quienes terminaban conociendo mi trabajo me observaban como algo raro. Algo inusual. Algunos creían que era una falta de respeto lo que yo hacia. ¡Si yo hacia retratos! Tan solo eso. Ni siquiera hablemos de caricaturas. No le he faltado el respeto a ninguno de los que he dibujado, jamás, menos a sus familiares y amigos, que en mi caso era lo más importante. Todos se iban conformes con mi trabajo. Lo guardarán, quizás para toda la eternidad. Seguramente muchos lo pasarán de padre a hijo, a nietos, bisnietos, etc. Me animaría a decir que todos los trabajos que he realizado en toda mi vida hallan sido guardados de la, anteriormente mencionada, forma. De quienes dibujaba, no esperaba nada. Ni siquiera un agradecimiento. La costumbre y la realidad hacen que yo piense así. Solo los familiares me recomendaban al principio. Luego, conseguí trabajo en un local, haciendo lo que les estoy comentando. Esta vez era para siempre. Dibujar y dibujar era mi trabajo. Retratar a quienes quisieron alguna vez ser retratados, y a quienes nunca afirmaron aquel deseo tal: también. Gracias a sus familiares y amigos, que se terminan expresando en lugar del modelo que paga de turno. O sea no preguntan, si su padre, abuelo, abuela, madre, tío, muchas veces hijos también, bebés, mujeres embarazadas, realmente lo desean. El local se llamaba “velatorio San Pedro”.
Desde aquel velatorio me encuentro hoy contándoles la historia que, de algún modo extraño, tengo la esperanza de que les llegue. Mi trabajo real, por si todavía no se han dado cuenta con lo explicado hasta el momento, fue retratar a quienes acababan de fallecer y que eran velados aquí: en el velatorio de San Pedro. Era un trabajo difícil, tranquilo, pero a veces se tornaba peligroso. Me atrevo a decir eso por los hechos que les comentaré en estas palabras.
Changuito era mi único amigo, no toleraba tener amigos a quienes no les gusten mis dibujos. Él era un chico de la calle. Tenía su padre, madre le faltaba, había muerto al tenerlo al Changuito. Vida difícil le tocó al Chango. Su padre falleció luego cuando el niño rondaba apenas los siete añitos. Fue velado aquí. Solo un par de amigos del padre vinieron a verlo. El Changuito no se movió del cagón. Todo fue pagado por el dueño del velatorio: José. Él y el padre del Chango fueron amigos de la infancia. Luego ambos siguieron sus caminos, José puso este velatorio y el papá del Changuito mendigó. Como José conocía de muy cerca de la muerte, pensó en su futuro, en los cielos. Por lo tanto José se sintió más tranquilo al velarlo gratis. Obviamente no dudó tampoco en brindarle mi servicio, e hice un retrato de aquel ser tan especial del Chango. Siete añitos tan solo tenia en aquel entonces. Comencé a dibujar a su padre y el no se movió de al lado mío. Miraba la hoja y al papá, ambas cosas repetidamente, sin descansar. De repente me dijo:
-Señor mi papá se movió. ¡Señor! - Mi cuerpo lo escucho, mi cerebro me ordenó que siga dibujando.
-Señor, señor. Haga algo. – Volvía a repetir, ya con lágrimas. No lo veía al niño, pero me di cuenta de sus húmedos ojos cuando me agarraba y me suplicaba. Yo solo miraba el dibujo y hacía mi trabajo.
El niño parecía como resignado, miró al padre. Siempre al lado mío. Paradito. Ya no miraba el dibujo. Lo miraba a él. Quieto, casi tranquilo y con sus ojos fijos a su padre dijo:
-Se había movido.-Nadie más que nosotros tres estábamos en el salón.
-Tomá esto es tuyo. – Le dije y le di el retrato.
-Gracias.
Fue desde aquel entonces que el Chango se quedó a trabajar en el lugar. Nadie lo cuidó. Durmió todas las noches de su vida en el velatorio. De día trabajaba limpiando, moviendo cajones, de noche era el sereno y cuidaba el lugar. En realidad dormía. Pero José lo contemplaba correcto para que descansara y estuviera listo para el trabajo del día siguiente. ¿Quién querría robar un velatorio? Con todas las leyendas que pululan por el barrio dudo que alguien se anime.
Al Chango le gustaba dibujar, y le fui enseñando todo lo que aprendí durante estos años que trabajamos juntos. Nunca lo dejé retratar a ninguno de mis clientes. Para eso debía de estar absoluta y perfectamente preparado. No solo saber dibujar, sino también había que saber el poder que uno tenía en sus manos, y manejarlo coherentemente. Seguramente se estarán preguntando que habré querido decir con poder. Me río de la desesperación en la que me encuentro ahora. ¿Qué misterio me esperará después de que ustedes se vallan? ¿O tal vez, quiénes me esperarán?
Hace tres semanas el Chango había cumplido 19 años. Mucho tiempo había pasado de aquel encuentro. Muchos trabajos había yo terminado, y el Chango muchos cajones movido, muchos cuartos limpiados. En fin, fueron doce años en donde procuré que el Chango practicara en su tiempo libre mi oficio. En realidad él estuvo listo para dibujar mucho antes, pero no listo para saber la verdad de este trabajo. Luego de aquella noche en donde dibujé a su padre, él nunca más me vio dibujar a nadie. Solo me vio cuando le daba clases de dibujo.
-Chango venite, dale rápido.- Me acuerdo que así lo llame. A pesar de todo yo estaba entusiasmado también.
-Si señor, acá estoy. ¿Qué necesita? – Me dijo, como siempre tan obediente.
-Niño, hoy me vas a ver dibujar a un cliente mío. Luego, al proximo cliente lo dibujaras, vos.
-No lo puedo creer. Muchas gracias señor.-El chango nunca, en todos estos años, me dejó de tratar de usted.
Me senté, el cliente se llamaba Miguel, y había fallecido en un accidente automovilístico. El Chango se paró al lado mío. Comencé con los bocetos.
-Nunca olvidarme del boceto previo ¿no?
-Chango, vos ya sabes dibujar. No quiero enseñarte eso.
El Chango se calló, y siguió mirando.
-¿Te acordas aquella noche en la cual dibujé a tu papá?
-Sinceramente esa noche se me borró de la cabeza señor. Me acuerdo que usted la hizo, pero sin detalles- Era verdad, el Chango no mentía. Se dice que los momentos que tiene malos en la vida uno se esfuerza por borrarlos de la mente.
-Ok. Entonces presta atención.
Estaba dibujandolé los ojos a Miguel, los cuales estaban cerrados pero yo los debia dibujar abiertos, cuando de pronto aquel cuerpo supuestamente muerto abrió los ojos.
-Señor, Señor, abrió los ojos. – Me decía y me hacía acordar a viejos tiempos.
-Solo quedate ahí y seguí mirando. Callado.
Al terminar de dibujar los ojos, seguí por la boca.
-Movió la boca. El hombre balbuceó. Esta vivo. – No se aguantó, no se quedó callado.
- No Chango, no esta vivo. Esta muerto.
-Pero si se mueve. Mire esta escupiendo sangre de la boca.
-Es solo momentaneo.
-Pero…
-Chango, ¿me vas a hacer caso?
El Chango no me dijo nada.
-Te pregunto de nuevo, ¿Vas a querer, a pesar de lo que estas viendo ahora, tener como oficio mi trabajo?
-Si. Es lo que siempre quize. Pero expliquemeló.
No sabía como iba a terminar esto, ahora lo se. Pero eso ya no importa. Yo ya me estaba poniendo viejo. Y alguien debía hacer mi trabajo, o por lo menos así lo creía yo. Por otro lado, le venía bien el trabajo al Chango, como me ayudó a mi en mi epoca.
-Mira Chango. Hay quienes dicen que los retratos son como chupa almas de las personas. Que cuando alguien es dibujado pierde una parte de su rostro. No hablando fisicamente, pero quizas si sentimentalmente. Yo no se si eso es verdad. Soy tan solo un dibujante y nunca me puse a investigar, por miedo a descubrir verdades que me interpongan entre mi trabajo y yo. Sinceramente no me interesa que les sucede a las personas a las cuales retrato. Si aquellas leyendas que acabé de contarte tienen algo de verdad, se podría entender que cuando se retrata a alguien en vida, no es tan fuerte el robo de alma, o lo que sea, de aquella persona. O sea, el cuerpo humano tiene más defensas. Pero al estar el cuerpo sin vida, debil y sin resguardo, es muy facil quitarle aquella alma, o lo que quede de ella.
-Pero, ¿Quitarles las almas? Sueno raro, pero parece real al ver como se movió Miguel. Es como su “ultima agonía”.
-Dudo que se pueda salvar algo de aquellas personas. Pero me parece que les estoy robando algo. Algo que seguro va a parar a los dibujos que hago. No se qué sinceramente. Ni siquiera como funciona. Creo que eso lo sabré el día que me muera. Seguro me estarán esperando arriba, si es que termino ahí o sino me encontraré con los de abajo. Me pedirán explicaciones y no sabré que decirles. Porque realmente no se lo que les hago.
-Sea lo que sea no debe ser bueno. No es natural.
-Supongo. Pero es tarde para pensar en ello. Siempre necesité, este trabajo.
-Si lo se. Y a mi me va a venir bien.
El Chango me escuchó atentamente. Bien pensante a todo lo que le dije. Hizo preguntas, respondí las que pude. El siguiente cliente lo dibujó él. A partir de ese entonces yo no trabaje más. El pibe tenía madera. Tenía, quizas más temperamento que yo. Quedaba inmovil a los movimientos de sus retratados. Pero esos movimientos les trajeron recuerdos. Un día recordó a su padre, aquella noche que lo dibujé. Me dí cuenta porque era por un cliente parecido a su padre. El Chango me miró luego de dibujarlo. No me dijo nada, pero me miró fijamente y yo me quede quieto. A su vez me dijo todo.
Aquí me encuentro ahora, contandoles la historia de mi vida. Siepre dije que iba a descubrir lo que les hacía a la gente que retrataba el día en que muera, y me encuentre con ellos. Me equivoqué. Me estoy dando cuenta ahora. El Chango me mira fijo. Él esta sentado, sosteniendo su lapiz. ¿A quién le dará ese dibujo? Yo no lo podré tener. Quizas lo guarde él. No lo sé. Eso no me interesa ahora. Estoy descubriendo cosas nuevas. Viendo gente deforme, que me viene a buscar. Parecen zombis. Uno me dijo: Somos lo que serás vos. No me pareció amenazador lo que me dijo. Bien merecido seguro lo tendré. Un niño que estaba junto al Chango, mirando como dibujaba, le dijo: Señor, señor, se esta moviendo. Se esta moviendo. Lo repetía una y otra vez pero nadie lo escuchaba, ni siquiera el Chango, no lo miraba. Él solo me miraba a mí. Y yo, viejos tiempos recordaba desde otra butaca.
FIN
Por Sergio Sebastián Mallea