Estábamos todos sentados allí, en esa mesa redonda. No sabía que era lo que yo hacía en ese lugar, pero por algo estaba acompañándolos, mirándolos, oyéndolos. Asustado. Muy asustado. La mesa era redonda, pero algo me hacía pensar que tenia puntas, igual que una mesa rectangular, parecidas a las mesas de familias, el padre sentado en la punta y todos alrededor. Aquí, en “la punta” de esta mesa redonda estaba un hombre muy grande y gordo. Su vestimenta era igual a la de todos en ese lugar, un traje negro y lentes haciendo juego. Una señal en su frente lo diferenciaba de los demás. Y tal cual lo dice la ley que explica que una masa grande atrae a las otras más pequeñas, en ese lugar pasaba lo mismo, por eso mi explicación de la mesa redonda con puntas. Alrededor del hombre con la frente marcada habían otras personas que estaban a su merced. Lo miraban. Quizás lo imitaban con poca suerte, porque eran un tercio del cuerpo de aquel jefe gordo. Si, me animo a decir que era jefe, tenía la actitud. El lugar era enorme, un edificio muy alto y muy grande, situado en alguna parte de La Matanza. Eso lo supongo, porque iba caminando por Laferrere cuando, extrañamente apareció un auto muy largo, estilo limousine y frenó en frente mío. Dos hombres bajaron, grandes ellos, pero no tanto como el de la marca en la frente. Me agarraron, sin mucho esfuerzo, y me metieron dentro del auto, luego la oscuridad lo fue todo hasta llegar a aquella mesa redonda. Recuerdo que no pude escuchar nada, sólo el respirar de esos hombres y el ruido del motor, que por cierto era muy silencioso. Muchas preguntas pasaban por mi cabeza, ¿Quiénes son? ¿A dónde me llevan? ¿Qué quieren?... de mí, como decía Coca. Algo me decía que no era un rapto común.
Sentado en esa silla, no tan alejada del gordo por cierto, en uno de mis lados observé que había un lugar vacío. En el asiento había un número, el número estaba esperando a ¿el número dos? ¿No tenían nombres estos tipos? Parece que no, porque al mirar más de cerca la frente del gordo sentado en la punta de la mesa redonda, veo que era un gran número uno, con algunos laureles y serpientes que no me dejaban antes diferenciar el significado del tatuaje. O sea, soy el número tres, porque del gordo a mí, nos separaba solo una silla vacía: la silla del número dos.
Increíblemente, en un determinado momento, sonidos salieron de algún lugar que no me di cuenta cual era. Campanas, platillos, una mezcla de todo. Lo relacionaba con un timbre, porque fue muy corto el sonido. Y cuando acabó, uno de la mesa redonda con puntas se paró y fue a abrir una puerta enorme, que parecía la entrada al lugar. Quizás vea algo del exterior que me de una pista de donde estoy. El hombrecillo llegando a la puerta se dignó a abrirla. Yo, sin preocupación de ver quien era el que entraba, me importó mucho más ver por arriba de la puerta, el exterior. Vaya sorpresa me llevé al ver que sólo oscuridad emergía de allí. Simplemente eso vi, nada más. Hasta juraría que polvo entró de afuera, tierra, no lo sé, algo raro había en ese lugar. Luego de mi desilusión me dediqué a ver quién era el que entraba de las oscuridades del afuera. Pude visualizar una bella silueta. Esas siluetas que sólo una mujer puede tener, pero que en ese caso, sólo esa mujer las tenía. Nunca vi un ser tan hermoso, casi celestial. Se dirigió, luego de entrar, al primero que estaba sentado en la mesa, al que tenía más cerca, y le dio un beso. Un beso de saludo que parecía algo más por su lentitud al darlo. Pero eso no fue sólo lo extraño, porque aquel beso fue repetido para uno y cada uno de los situados allí, como si no quisiera ir a donde tenía que ir, que supongo será la silla número dos. No sé porqué, pero cuando llegó a donde estaba yo, me dio un beso en la boca, tan dulce como su figura, y su rostro igual, hermoso, tal como no se vio nunca. Luego del beso me miró con sus manos en mi rostro y una cara angelical. Siguió hacia donde estaba el gordo de la frente marcada, que por cierto no me veía con cara amable. Se le situó atrás. Puso sus manos en los hombros del grandote. Pasaron unos segundos. Luego ella, lo besó empezando por su cuello grasoso, siguiendo por su boca carnosa, feamente ubicada en su cara. Fue un beso corto, juraría que el que me dio a mi duró mucho más, y su carita angelical no la tenía esta vez. –Siéntate.– le dijo el gordo a la mujer. Creo haber escuchado un suspiro por parte de ella. Recogió su vestido, el cual era largo, para poder sentarse. Sus piernas estaban descubiertas una vez ella sentada allí, y yo con disimulo no podía dejar de observarlas. Ella lo sabía y por eso me di cuenta que de a poquito, muy disimuladamente iba subiendo su vestido. Mientras tanto ella no me miraba, estaba seria, pero intuía que sentía algo por mí. Aquel beso en la boca, algo de importancia debía tener. El gordo se paró de aquella mesa con punta, sin moverse de su lugar. Yo devolví rápido la mirada, al techo, al frente, a cualquier lugar menos a las piernas de esa hermosa chica. Ella, por su parte, volvió a acomodar su vestido. El gordo, parado nos miró a todos. Increíble era que yo estuviese allí, sin quejarme aún, era lo que pensaba mientras el gordo nos seguía mirando. Luego de un rato miraba a todos menos a mí, no se porqué pero dejó de dirigir su mirada hacia donde yo estaba. –¡Tú! –Dijo, luego de señalar a un hombre alejado, casi en la otra punta. –Párate– El hombre se paró. El gordo le indicó luego que diera un paso atrás, mientras le seguía apuntando con el dedo. Sin discutir, dio un paso atrás, pero su rostro lleno de preocupación hacía ese paso demasiado lento, como si supiera que algo malo le iría a pasar. Era muy raro, que yo estuviera tan tranquilo, y aquel señor tan asustado, fui yo el raptado, no él. –¡Cubran ese lugar! Dijo, e inmediatamente, aquel vacío lugar por el hombre que dio un paso atrás, fue cubierto luego de que alguien sacara esa silla. Todos nos corrimos un poco. Estábamos mucho más cómodos. Creo que mi llegada fue causante de que estuviéramos apretados, y el paso atrás del señor acomodó un poco más las cosas. El gordo tocó un botón que tenía en su parte de la mesa. Otra vez sonidos raros, trompetas, platillos, pero breve, siempre breve, como un timbre. Dos hombres vinieron, se acercaron hacia donde estaba aquel personaje, y luego de mirar al gordo de la punta de la mesa redonda, se lo llevaron. Hacia dónde, no lo sé; pero si sé que se lo llevaban arrastrando, la cara de preocupado no se le iba, pero tampoco gritaba, diría que estaba resignado, sin ánimos de lucha. Igual a mi, cuando me llevaron en la limousine. Yo mientras tanto seguía pensando qué demonios hacía allí. Volvió el gordo a dirigirnos las miradas a todos, yo me dispuse a contar cuantos invitados éramos. Conté treinta y cinco, ¿Será que en la mesa hay lugar sólo para treinta y cinco personas? ¿Será que el hombre que se fue, es el que debía salir para que yo estuviera acá? ¿Este lugar tan raro, esta organización, que todavía no se ni de que se trata, querrá adoptarme como suyo? ¿Seré el número tres?
Por más preguntas que me hiciese no podía resolver nada. El gordo se volvió a sentar, todo se volvió un poco más tranquilo. Creo que todos los que estaban en esa mesa tenían miedo de ser el que debía dar el paso atrás.
Mientras tanto, ella. Hermosa como ninguna, la seguía mirando. Llegó un momento en que ya no me importaba si el gordo se daba cuenta. Ella volvía a cruzarse de piernas y eso llevaba a un recogimiento del vestido, lo que finalmente concluía en mostrar cada vez un poco más sus bellas piernas. Sabía que era conmigo el tema. Yo nuevamente la veía, ella lo sabía. Su pierna derecha estaba arriba de su izquierda. Yo estaba sentado a la izquierda de ella. De pronto su pie derecho, descalzo, empezó a rozar mi rodilla, luego más abajo y se quedó allí. Pegada a mí. Ya no podía pensar, mi cerebro y mis sentidos estaban en reposo. Y ella seguía hermosamente rozando su pie en mí.
De pronto, los pocos sentidos que me quedaban alerta, me dijeron que el grandote dobló su cuello hacia donde estaba ella. Y oí –¿Estás segura? – A lo que la dama me mira, divinamente, con su rostro bellísimo y especial, sus ojos como un juego de celeste, marrón y verde, su pelo casi rubio, y su piel hermosamente clara. Su boca, perfectamente fina, luego de crear una sonrisa de satisfacción, dijo: –Si, estoy segura.
–¡Señores! –dijo el gordo luego de levantarse –les presento a ustedes, al nuevo integrante de esta sociedad, al señor número tres.– Pasmado quedé absolutamente. ¿Número tres? Debía admitir que me la veía venir. Miradas fueron intercambiadas durante toda esa noche con la bellísima número dos. El gordo había desaparecido, se armó una especie de fiesta en el lugar. Lo que sucedió mientras, fueron cosas típicas de una fiesta. Claro que baile con ella, y ¡como baile! Toda la noche casi, y sin parar. Al finalizar ella pidió fervientemente llevarme a mi casa. Y así fue. Juntos, y solos, nos retiramos. La grandota puerta era un ascensor que subía. El edificio, tan grande como único en la zona, estaba debajo de la tierra. A unos varios metros. Y debo admitir que al salir del lugar recordé que esto fue una especie de secuestro, pero una vez en el auto junto a ella todo fue un desperdicio de pensamientos. Solos mis sentidos actuaban y estaban completamente enamorados de ella. La zona era Virrey del Pino, y la bella y sensual señorita, me llevó hacia mi casa, en Gregorio. Más de 10 Km hicimos, bastante lentos por cierto. En el camino charlamos, me dijo su nombre, el cual no le pude preguntar hasta el momento. –Victoria. – Ya lo tenía, y no se me iba a borrar jamás. Luego, el silencio. No sabía de que hablar, quizás por timidez, quizás por miedo, no lo sé. Pensé en preguntarle por lo sucedido en la noche, por esta especie de secuestro amable, pero no sabía como formar la pregunta. Con valentía me animé a preguntar sin armar ninguna oración previamente. –Victoria, ¿Sabés por qué… –Porque me agradas… me dijo interrumpiéndome. Y su mirada angelical deslumbro mi mirada nuevamente. –Pero… ¿Y el gordo? – pregunté – ¿Víctor? ¿El número uno?, pobre esta tan enamorado de mi, que como sabe que ya no lo amo, y como no puede matarme de tanto que me ama, es capaz de presentarme un amante, ¡él mismo!, para entretenerme y que siga al lado suyo. – El gordo, parece débil, quien sale perdiendo. Y yo, quien lo hago perder. Ella, un simple instrumento del dolor que yo le pueda llegar a causar al tatuado en la frente. Un instrumento con bellas piernas y bello rostro, del cual solo bastó una noche para enamorarme. Pobre gordo, lo entiendo, si la ama como yo, seguro que más, lo mal que se debe sentir. –¿Qué tendría que hacer? ¿Ser uno de ellos? ¿De que se trata, que hacen allí abajo? –Debes ser el número tres, lugar privilegiado, no deberás hacer nada, Víctor sabe que serás mi amante, no hace falta disimular frente a el, pero si frente a los demás, para que no vean su lado súbdito. –No puedo, te amo tanto, pero aquel hombre te ama más y lo entiendo, no me repondría si me lo hicieran a mi. –Increíblemente una leve sonrisa se dibujo en su rostro. No me lo esperaba, pero así reaccionó el resto del viaje. Al día siguiente en mi casa encontré un sobre, decía junto a mi nombre: “Es usted elegido para ocupar el lugar número dos, por gratitud del grandioso señor Número Uno.”Pensé dentro de mi: – ¿Qué tan mafioso será ese lugar?
Fin
por Bigstone (Mallea)
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